De nuevo, el masaje pre-corte fue espectacular, de esos que hacen que no quieras levantarte del sofá ese. Y es que encima es cómodo, y si tenemos en cuenta que tienes el pelo calentito porque te o acaban de lavar con ese champú que huele de maravilla...
Pero no es eso a lo que venía.
Yo no soy el tipo de persona que se fija en el físico de la gente, ni en su forma de vestir, o en cómo se muerde las uñas no sé quién. Pero nada más entrar en la peluquería no pude evitar fijarme en que (tal vez porque hacía mucho calor allí dentro y no hacía falta llevar bufanda, ni abrigo, ni gorro) la peluquera tenía unos pendiente gigante. Enormes. En serio, eso tiene que pesar un huevo y ser súper incómodo.
Por supuesto no lo comenté con Eszter, no tenía ganas de comerme una yoya... pero
joder hermano, qué pendientes. Y la tipa encima vestía de tal forma que se viera que eran enormes. Supongo que a ella le gustará, y espero que a su novio/marido también, que es quien vive con ella y no yo.
Esto que al principió pensé sería una
anecdotilla sin importancia se convirtió en una
anecdotaza de esas que recuerdas para siempre, y eso que ya me había olvidado del tema cuando acabó el masajito...
Me senté en el sillón dispuesto a darlo todo, cuando en el primer tijeretazo ya noto un golpecito. Y otro. Y otro más. ¡La tipa me estaba pegando con sus enormes pendientes en la cabeza!
¡Pom, pom, pom! Como dos campanas gigantes arremetían contra mi coronilla sin hacer ruido alguno. Supongo que ese detalle hizo que nadie se percatara de ese peloteo que notaba en la cabeza, aunque yo, que no tengo experiencia con pendiente grandes, digo yo que si yo tuviera eso así notaría cuando azotan a la gente.
Y claro, a ver qué digo yo. ¡Y cómo! Porque el día que sepa decir en húngaro "oiga, deje de azotarme con sus enormes pendientes que esto empieza a ser muy bizarro" será el día en el que me admitan en la Real Academia de la lengua Húngara (RAH).
Así que me callé. Me callé como cuando vas en el metro y un señor te está pisando la mochila, pero como todavía no te tienes que bajar no dices nada, te quedas en el sitio esperando a que se levante el pie y pise la mochila de otro.
Pom, pom, pom.
Hasta que de repente dejó de ocurrir, y no volvió a pasar más. A lo mejor la señorita se dio cuenta de que tenía dos moratones en la coronilla, o igual fue a ella a quien le empezó a doler. Ni lo sé, ni pregunté.
Al acabar, pagué rápidamente y me fui más rápido aún, sin contar nada del terrible y traumático suceso a Eszter. ¡Ni lo haré! (hasta que aprenda español y le dé por pasarse por aquí, entonces me llevaré galleta doble).
FIN.
Nota avergonzada pero obligatoria antes de terminar: bueno, y ahora una confesión. Lo que habéis leído no es exactamente lo que ocurrió. Si queréis conocer la verdadera historia, solo tenéis que cambiar la palabra "pendiente" por "teta", y la tendréis.
Moratones, oiga.